Salió por la ventana del servicio. Caminaba despacio,
procurando no pisar las hojas para no
ser oída. De repente oyó un ruido. Alguien se acercaba. Rápidamente se escondió
detrás de un árbol, esperando no haber sido vista. Pudo ver a un guardia. Este
caminaba rápido y las hojas caídas de los arboles crujían bajo sus pies. Por un
momento pensó que se dirigía hacia ella, pero al pasar junto al árbol tras el
que se escondía, pasó de largo.
Amy suspiró aliviada. Podían haberla descubierto y su plan de
fuga se hubiera ido al garete.
Miró a un lado y
a otro. No había nadie. Sigilosamente salió de su escondite y continuó
caminando hasta llegar al muro.
No había tenido mucho tiempo para planificar su huida. Observó
el alto muro que se alzaba frente a ella. Ascender por él le iba a resultar
bastante sencillo. Solo debía subirse a
uno de los árboles y trepar hasta llegar a una zona en la que poder
pasar a la cima del muro. Lo que no había pensado era como bajar por el otro
lado después.
Se agarró a una de las ramas bajas del árbol y comenzó a
trepar. Debía tener cuidado para no caerse. Poco a poco fue ascendiendo sin
detenerse. Cuando llegó hasta una rama bastante alta se paró y miró a la cima
del muro. La tenía prácticamente al lado pero estaba separada de ella por una
caída de tres metros de altura.
Con cuidado fue colocándose en el borde de la rama. Se agarró
al muro y se subió a él. Sentada ya sobre el muro, miró hacia el otro lado.
Ahora debía pensar cómo descender. Se dio cuenta de que muchos de los ladrillos
estaban rotos. Debían de ser muy antiguos. Quizá podría bajar agarrándose en
los huecos. Pero si se equivocaba de ladrillo podría costarle la vida.
Con cuidado empezó a descender. Miró hacia el suelo. Estaba
muy alto. Entonces cerró los ojos y suspiró.
-No mires abajo, no mires abajo…-. Se dijo a sí misma casi
susurrando.
Continuó descendiendo
sin mirar al suelo.
Cuando casi había terminado de bajar oyó que gritaban su
nombre al otro lado del muro. Ya habían notado su ausencia. La estaban
buscando. Del susto que se llevó, se cayó.
**********
No muy lejos del internado, en la ciudad, vivía Eric, un chico
corriente. Era nuevo en aquel lugar. Acababa de mudarse de la costa y había ido
a vivir allí.
Su nuevo hogar estaba situado en el ático de uno de los
edificios más altos de la ciudad. Desde la ventana de su habitación podía verlo
todo. Vivía al lado del ayuntamiento, en el mismo centro de la ciudad. Eso le
permitía tener vistas a los barrios ricos, en los que había grandes y lujosas
mansiones; a los barrios pobres de las afueras y a los bosques que había junto
a la ciudad.
Esta se llamaba Lonefield y estaba situada en una llanura,
entre varias colinas, en una de las cuales se encontraba el internado en el que
vivía Amy.
Una mañana de primavera el despertador sonó pronto para él. Se
levantó y se vistió. Tras desayunar, cogió su bicicleta y puso rumbo a la
oficina de correos.
Estaba esperando que le llegara un paquete que debía contener
un pequeño barquito de madera. Su hermano mayor le había prometido enviárselo
como regalo por su decimocuarto cumpleaños, que había sido hace unas semanas.
Cuando llegó a la oficina dejó su bicicleta apoyada en la
puerta y entró. La mujer que había en la ventanilla le saludó.
-Buenos días muchacho, ¿Qué te trae por aquí esta mañana?
-Buenos días-. Contestó Eric educadamente-. ¿Hay algún paquete
para mí?
-Dime tu nombre, por favor.
-Eric Smith.
La mujer empezó a rebuscar entre los montones de cartas y
paquetes que había allí. Para Eric la espera se hizo interminable.
-Aquí tienes, hijo-. Le dijo la señora mientras le entregaba
un paquete marrón del tamaño de una caja de zapatos.
Eric cogió el paquete entusiasmado y empezó a romper el papel
rápidamente. Pero cuando lo abrió se llevó una decepción. Dentro del paquete no
estaba el barco de madera que esperaba. En su lugar, había un libro.
Tenía la cubierta de color rojo. En la portada estaba escrita
esta frase con letras plateadas:
<< La magia
de la imaginación. Alexander Moore. >>
Eric lo abrió. Las hojas eran amarillentas. Fue pasando las
páginas. Ninguna de ellas estaba escrita. Volvió a cerrarlo y releyó la frase
de la portada. ¿Por qué le habrían enviado a él aquel libro?
-¿Pasa algo muchacho?- Le preguntó la mujer.
Eric levantó la mirada sobresaltado.
-N-No, no. Ya me voy. Adiós.
-Adiós.
Guardó el libro en su mochila y salió a coger su bicicleta de
nuevo para regresar a casa.
El camino de vuelta lo hizo en un santiamén. Pedaleaba
rápidamente y más que correr, parecía volar.
Cuando llegó dejó su bicicleta y la mochila con el libro y se
fue pasear. Cuando necesitaba pensar le gustaba dar largos paseos. Se sentía
libre. Empezó a caminar por las callejuelas del casco antiguo de la ciudad y
continuó, y continuó sin detenerse mientras atravesaba Lonefield de lado a
lado.
**********
Amy solo veía imágenes borrosas. Creyó distinguir a alguien a
su lado. Poco a poco la imagen se fue definiendo y pudo ver a un muchacho junto
a ella. Se incorporó.
-¿Qué ha pasado?-. Fue lo primero que dijo.
-Eso me lo tendrás que decir tú. Te he encontrado tirada en el
suelo -.
-¿Y tu quién eres?- Preguntó ella mientras se recuperaba del
golpe.
- Me llamo Eric. Encantado-.Contesto tendiéndole la mano.
Ella sonrió. Le dio la mano y se levantaron.
- Yo soy Amy-.
- Bonito nombre. ¿Sabes qué día es hoy?-.
- ¿Veinticinco de noviembre?
- Eso significa qué estás bien. ¿Qué te ha pasado?
- Me he caído mientras bajaba por el muro-.
- Pues te has debido dar un buen golpe.
Amy sonrió y se frotó la cabeza.
- La verdad es qué si.
Por un momento se hizo el silencio.
- ¡Amy!- Se oyó gritar a alguien cerca de allí.
- Oh, no… – murmuró Amy.
-
¿Quién te llama? – Preguntó Eric.
Ella
le hizo un gestó para qué se callará.
-Sígueme y no hagas ruido- Susurró.
Amy comenzó a andar, mientras miraba
por todas partes. Eric la seguía sin comprender mucho que era lo que estaba
pasando.
Ella no quería volver al internado.
Desde qué Edeline ya no estaba ya nada era lo mismo. No tenía con quién hablar
y no sacaba muy buenas notas, que digamos. Antes le contaba todo a Edeline y ella la ayudaba con los estudios.
Cuando
ya hubieron andado durante casi media hora se pararon a descansar.
-Creo qué ya no van a poder encontrarnos-. Dijo Amy.
-Te importaría contarme qué es lo que
está pasando. ¿Quién gritaba tu nombre?
-Me están buscando porque me he
escapado.
-¿Y por qué te has escapado?
Se hizo el silencio. Amy se sentó en la
hierba. Eric hizo lo mismo y se sentó a su lado.
-¿Y tú que hacías allí para
encontrarme?- Preguntó Amy.
- Había salido a pasear y llegué allí
sin darme cuenta.
-¿Sabes
por casualidad dónde estamos?
- Creo que no. Nos hemos alejado mucho.
-
Perfecto. ¿Y ahora qué hacemos?- Contestó Amy con tono de fastidio y
maldiciendo para sus adentros.
-
Tenemos que intentar encontrar un camino para salir del bosque, no puede ser
muy difícil.
- ¿Tú vienes mucho por aquí?
-A qué te refieres con “por aquí”
- Quiero decir que si paseas mucho por
este bosque, que si conoces la zona.
- Que va. Acabo de mudarme. En realidad
soy de Bahía Dorada, un pueblecito de costa.
Amy,
por un momento, se quedó callada. La imagen del coche de Edeline alejándose por
la carretera vino a su mente en aquel momento. Ella se fue a Bahía Dorada con
su madre.
-Amy ¿Pasa algo? - Preguntó Eric
extrañado.
-Oh, no, no me pasa nada. Solo me he
acordado de algo...
Eric la miró en silencio. ¿Qué motivos
podía tener para haberse escapado? Era una chica muy extraña pero a la vez
interesante.
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