"...Aprende a soñar viviendo, pero no vivas soñando... Sé como el ave que vuela, pero no olvides regresar a tierra..."



domingo, 1 de julio de 2012

Prologo

PRÓLOGO

Ya había oscurecido. Hacía una hora que habían mandado a Amy a la  cama, pero desde que se había enterado de que su amiga se iba, estaba triste y desganada. No podía ser verdad. No era capaz de creérselo.

 Dirigió la mirada hacia Edeline que dormía. Sólo el pensar que al día siguiente su mejor amiga ya no estaría con ella en el colegio... la entristecía.

 Desde pequeñas habían compartido la habitación y se habían convertido en dos chicas inseparables. <<O quizás no tan inseparables>>, pensó Amy.

  Se acercó a la ventana para contemplar la luna llena que esa noche brillaba en el cielo. Pasó un buen rato pensando y alguna que otra lágrima rodó por sus mejillas sin que ella la enjugara. Cuando se cansó de estar de pie se tumbó en la cama y en unos minutos, vencida por el sueño y el agotamiento, se quedó dormida.

A la mañana siguiente, la luz cegadora del sol que entraba por la ventana la despertó. Lo primero que hizo fue  mirar hacia la cama de Edeline. No verla allí la asustó, pensando que se habría ido antes de tiempo sin despedirse de ella. Pero de repente empezó a oír el agua de la ducha dentro del cuarto de baño y comprendió que su amiga seguía ahí.

Se levantó y se acercó a la ventana. Hacía un bonito día, seguramente el más cálido en semanas, pero para ella era el día más gris de toda su vida.

Todos los recuerdos de su niñez vinieron a su mente en aquel momento. Su amiga Edeline estaba presente en todos y cada uno de ellos. Para ella era como una hermana.

Dirigió su mirada a la pared. La foto de las dos juntas estaba colgaba puesta en un marco de madera. La cogió y se quedó observándola. Era del día del cumpleaños de Edeline. Que bien que se lo pasaron aquel día. Al recordar aquello, no pudo evitar que una lágrima brotara de sus ojos.

En ese momento Edeline salió del cuarto de baño.

-Amy, ¿Estas...llorando?- preguntó con cara de asombro.           Hacía tantos años que no veía llorar a su amiga... Una mirada fue la mejor respuesta. Las dos se abrazaron. Después intercambiaron una mirada de complicidad.

-Odio las despedidas. Yo no quiero irme. Pero no tengo más remedio. Me iré con mi madre a un pueblecito costero llamado Bahía Dorada. Viviremos en una casita al lado de la playa. Dicen qué allí los veranos son increíbles.

-Me alegro por ti. Sé qué siempre te ha gustado el mar y qué allí serás muy feliz.

Edeline tragó saliva y dijo:

-Te voy a echar muchísimo de menos. A lo mejor... puedes venirte a mi nueva casa en vacaciones y pasar juntas el próximo verano.

         -Si... – Contestó Amy con voz de resignación-. Sería muy divertido...

         Las dos se abrazaron. De repente alguien llamó a la puerta.

-Adelante- dijeron al unísono.

La señora Roberts entró a la habitación haciendo ruido con los tacones.

-Buenos días.- saludó- Señorita Stevens, termine de prepararse y de recoger sus cosas. Dentro de poco llegará su madre a recogerla.

-Si – contestó ella – ya casi estoy lista.

A los diez minutos ya estaban en el comedor tomando un delicioso desayuno. Cuando hubieron terminado salieron a la calle y se sentaron en los escalones, delante de la puerta principal. Al poco, vieron acercarse un coche por el camino que conducía al colegio. Se miraron la una a la otra.

-Bueno – dijo Edeline – Ya ha llegado la hora de que me vaya.

Amy miró a Edeline con los ojos llorosos. Ella tampoco pudo contener las lágrimas. Se abrazaron.

 -Qué tristes son las despedidas-. Pensó Amy para sus adentros. Despegarse de su amiga después de tantos años juntas era realmente difícil.

El coche pasó la verja y aparcó delante de la puerta. La madre de Edeline bajó del vehículo y miró a su hija.

-Ya es hora de irnos...- Dijo mientras cogía las maletas y las metía en el maletero del coche.

Edeline abrazó a Amy por última vez y se levantó. Bajó los escalones lentamente y sin volver la vista atrás caminó hasta el coche. Se introdujo en él y cerró la puerta. Dirigió una última mirada de despedida a su amiga a través del cristal. Ella le hizo un gesto con la mano y el coche arrancó.

Amy se quedó sentada en los escalones viendo alejarse el viejo automóvil por el camino pedregoso.

De pronto, se levantó una ráfaga de viento y las hojas caídas que yacían en el suelo volaron por los aires. Ella se quedó mirando el paisaje otoñal mientras lloraba en silencio.

Entonces, la campana del reloj dio las nueve en punto. Eso significaba el comienzo de las clases.

Amy se secó las lágrimas con un pañuelo y pasó dentro. 

Aquella noche Amy se acostó pronto, pero no podía dormir. No paraba de mirar la cama vacía de su amiga y de recordar los buenos momentos que había pasado con ella. La iba a echar mucho de menos.


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