Ya había oscurecido. Hacía una hora que habían mandado a Amy a
la cama, pero desde que se había
enterado de que su amiga se iba, estaba triste y desganada. No podía ser
verdad. No era capaz de creérselo.
Dirigió la mirada hacia
Edeline que dormía. Sólo el pensar que al día siguiente su mejor amiga ya no
estaría con ella en el colegio... la entristecía.
Desde pequeñas habían
compartido la habitación y se habían convertido en dos chicas inseparables.
<<O quizás no tan inseparables>>, pensó Amy.
Se acercó a la ventana
para contemplar la luna llena que esa noche brillaba en el cielo. Pasó un buen
rato pensando y alguna que otra lágrima rodó por sus mejillas sin que ella la
enjugara. Cuando se cansó de estar de pie se tumbó en la cama y en unos
minutos, vencida por el sueño y el agotamiento, se quedó dormida.
A la mañana siguiente, la luz cegadora del sol que entraba por
la ventana la despertó. Lo primero que hizo fue
mirar hacia la cama de Edeline. No verla allí la asustó, pensando que se
habría ido antes de tiempo sin despedirse de ella. Pero de repente empezó a oír
el agua de la ducha dentro del cuarto de baño y comprendió que su amiga seguía
ahí.
Se levantó y se acercó a la ventana. Hacía un bonito día, seguramente
el más cálido en semanas, pero para ella era el día más gris de toda su vida.
Todos los recuerdos de su niñez vinieron a su mente en aquel
momento. Su amiga Edeline estaba presente en todos y cada uno de ellos. Para
ella era como una hermana.
Dirigió su mirada a la pared. La foto de las dos juntas estaba
colgaba puesta en un marco de madera. La cogió y se quedó observándola. Era del
día del cumpleaños de Edeline. Que bien que se lo pasaron aquel día. Al
recordar aquello, no pudo evitar que una lágrima brotara de sus ojos.
En ese momento Edeline salió del cuarto de baño.
-Amy, ¿Estas...llorando?- preguntó con cara de asombro. Hacía tantos años que no veía llorar
a su amiga... Una mirada fue la mejor respuesta. Las dos se abrazaron. Después
intercambiaron una mirada de complicidad.
-Odio las despedidas. Yo no quiero irme. Pero no tengo más
remedio. Me iré con mi madre a un pueblecito costero llamado Bahía Dorada.
Viviremos en una casita al lado de la playa. Dicen qué allí los veranos son increíbles.
-Me alegro por ti. Sé qué siempre te ha gustado el mar y qué
allí serás muy feliz.
Edeline tragó saliva y dijo:
-Te voy a echar muchísimo de menos. A lo mejor... puedes
venirte a mi nueva casa en vacaciones y pasar juntas el próximo verano.
-Si... – Contestó Amy con voz de
resignación-. Sería muy divertido...
Las dos se abrazaron. De repente
alguien llamó a la puerta.
-Adelante- dijeron al unísono.
La
señora Roberts entró a la habitación haciendo ruido con los tacones.
-Buenos días.- saludó- Señorita Stevens, termine de prepararse
y de recoger sus cosas. Dentro de poco llegará su madre a recogerla.
-Si – contestó ella – ya casi estoy lista.
A los
diez minutos ya estaban en el comedor tomando un delicioso desayuno. Cuando
hubieron terminado salieron a la calle y se sentaron en los escalones, delante
de la puerta principal. Al poco, vieron acercarse un coche por el camino que
conducía al colegio. Se miraron la una a la otra.
-Bueno – dijo Edeline – Ya ha llegado la hora de que me vaya.
Amy miró a Edeline con los ojos llorosos. Ella tampoco pudo contener
las lágrimas. Se abrazaron.
-Qué tristes son las
despedidas-. Pensó Amy para sus adentros. Despegarse de su amiga después de
tantos años juntas era realmente difícil.
El coche pasó la verja y aparcó delante de la puerta. La madre
de Edeline bajó del vehículo y miró a su hija.
-Ya es hora de irnos...- Dijo mientras cogía las maletas y las
metía en el maletero del coche.
Edeline abrazó a Amy por última vez y se levantó. Bajó los
escalones lentamente y sin volver la vista atrás caminó hasta el coche. Se
introdujo en él y cerró la puerta. Dirigió una última mirada de despedida a su
amiga a través del cristal. Ella le hizo un gesto con la mano y el coche arrancó.
Amy se quedó sentada en los escalones viendo alejarse el viejo
automóvil por el camino pedregoso.
De pronto, se levantó una ráfaga de viento y las hojas caídas
que yacían en el suelo volaron por los aires. Ella se quedó mirando el paisaje
otoñal mientras lloraba en silencio.
Entonces, la campana del reloj dio las nueve en punto. Eso
significaba el comienzo de las clases.
Amy se secó las lágrimas con un pañuelo y pasó dentro.
Aquella noche Amy se acostó pronto,
pero no podía dormir. No paraba de mirar la cama vacía de su amiga y de
recordar los buenos momentos que había pasado con ella. La iba a echar mucho de
menos.
Si alguien quiere que le avise cuando publique mas que me de su twitter
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